Como si Larra estuviese predestinado a una vida azarosa, ya su infancia y su adolescencia resultan también accidentadas, con penosas y dolorosas alternativas, que van a dejar para siempre una honda huella en su espíritu y en su carácter. (...)Larra forma parte de la tríada de los grandes costumbristas del siglo XIX (junto a Mesonero y Estébanez Calderón), continuadores felicísimos de una larga tradición descriptiva de gentes, ambientes y costumbres, no interrumpida, ni siquiera en el grave siglo XVIII. (...)Sus artículos no se limitan a una vaga y amena disquisición, que divierta al lector. Se contenta con provocar su sonrisa con sutil ironía en escritos de gran trascendencia sociológica, aunque sin perseguir en ellos una patente finalidad política.