Se enrollaron en Finalmente juntos, se casaron en Juntos otra vez, y ahora se enfrentan a la fatídica crisis de los siete años.
Amy y Jack, los jóvenes londinenses que nos hicieron tronchar de risa en Finalmente juntos, ya no tienen veinte años. En teoría, siguen siendo la pareja ideal, pero muchas cosas han cambiado; por ejemplo, son padres de un niño de dos años y no han tenido más remedio que hacer frente a la odiosa madurez. Y ahora, tras los consabidos siete años de matrimonio, se encuentran nadando esforzadamente en el proceloso mar de la paternidad, las tareas domésticas, la escasez de intimidad y el distanciamiento de los amigos.
La vida en casa se ha vuelto aburrida y monótona, poblada de desencuentros, discusiones y malentendidos. Sin embargo, no todo está perdido. Ahí fuera sigue habiendo un mundo vivo y activo, un lugar lleno de posibilidades y tentaciones difíciles de resistir. Por ejemplo, un ligue por Internet puede despertar en Amy alguna fibra íntima y adormecida de su corazón. O tal vez el poderoso embrujo de una mujer de bandera puede distraer a Jack en su cotidiana batalla por sacar adelante un negocio de diseño y mantenimiento de jardines. En un plis-plas, las alarmas de los remordimientos y la culpa se disparan, y el matrimonio hace agua peligrosamente. ¿Podrán arreglarse las cosas con una romántica escapada a Nueva York? La realidad no suele mostrarse magnánima con las ilusiones de los humanos, pero nunca hay que perder las esperanzas.