Begoña Aranguren echa la vista atrás y reflexiona sobre lo que ha vivido desde la muerte, en 2007, del que fuera su marido, José Luis de Vilallonga. El lector se convierte así en el espectador de una bonita e íntima conversación—en la que no faltan la ironía y el sentidodel humor—, entre la autora y su gran amor. Aranguren no pretende ajustar cuentas, pero tampoco está dispuesta a callar. Desde las reacciones de alguna periodista de renombre el día del funeral de Vilallonga, hasta sus opiniones sobre la realeza y los «niños bien», dice lo que le apetece y cuenta intimidades de una clase social y un mundo que ha dejado de existir. La aristocracia y el glamur de los títulos y el dinero heredado desde siglos han pasado a mejor vida.